Bueno, has suspendido el examen, ¿y ahora qué?
Has dedicado meses, quizás años, a prepararte para este momento. Has pasado noches sin dormir, has dejado de lado planes con amigos y has hecho todo lo posible para estar lista.
Y ahora, el resultado no es el aprobado que esperabas: has suspendido, te han suspendido, has tenido mala suerte o quizá simplemente los astros decidieron alinearse en tu contra (inserta aquí cualquier desgracia que prefieras).
Es fácil pensar que todo el esfuerzo ha sido inútil, que no valió la pena. Pero esa es una forma muy simplista de ver las cosas.
Te propongo una analogía: Imagina que tu preparación de opos es como aprender a disparar con arco.
Al principio, estás llena de energía: el arco está listo, las flechas preparadas, y la diana — ese sueño de conseguir la plaza— está allí, al final del camino.
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No una, sino varias veces. Quizá ni siquiera se acerca al centro. La frustración crece y empiezas a dudar si esto del arco —o lo de opositar— es para ti.
Te enfadas, tiras el arco al suelo y empiezas a jurar en hebreo.
La clave, como un buen arquero, no está en dejar de intentarlo, sino en ajustar la postura, mejorar la técnica e incluso en aprender a respirar mejor.
Vas puliendo los pequeños detalles poco a poco y acabas viendo que cada flecha fallida no es un fracaso, sino un paso más que te acerca a la diana, una oportunidad de aprender y mejorar.
La frustración de los exámenes fallidos no debe ser una carga que te hunda, sino un mensaje claro: *algo se puede mejorar, y depende de ti hacerlo*.
Lidiar con la frustración de un examen fallido no es fácil. La sensación de haber perdido tanto tiempo puede ser muy dura.
Pero aquí va el primer consejo: en lugar de ver cada flecha fallida como un golpe a tu autoestima, mírala como un experimento.
Cada examen suspenso, cada simulacro que no sale como esperabas, es sólo una práctica.
Como cualquier arquero, necesitas lanzar cientos de flechas antes de alcanzar la perfección. (Esperemos que no sean cientos de flechas, ¡por Dios!)
Cuando fallas un examen, en lugar de quedarte solo con la tristeza, pregúntate: ¿qué salió mal? ¿Fue por falta de tiempo? ¿No entendías bien algún tema?
Saca tu libreta y reflexiona sobre cada detalle: ¿hubo partes que subestimaste? ¿Te faltó practicar más algunos ejercicios específicos? ¿Te apretaban los zapatos? ¿Dormiste mal? ¿El perfume de un miembro del tribunal te mareaba?
Esta información es oro puro.
Es fundamental no solo identificar el error, sino también tomar nota de lo que necesitas reforzar y diseñar un plan específico para mejorar esos puntos.
Cada pequeño ajuste que hagas después de un error es un paso hacia la mejor versión de ti mismo, un avance hacia ese objetivo que tanto deseas alcanzar.
Nuestro cerebro tiene un miedo innato al fracaso, ya que lo interpreta como una amenaza a nuestra supervivencia, algo profundamente arraigado en nuestra evolución.
Imagina a un cazador en el paleolítico: fallar una flecha podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Esa programación ancestral aún vive en nosotros, haciéndonos temer el fracaso.
Sin embargo, en el contexto actual, fallar un examen no conlleva consecuencias tan graves (aunque emocionalmente pueda sentirse así).
Aquí es donde entra en juego tu neocórtex, esa parte racional de nuestro cerebro que debe tranquilizar al cerebro primitivo diciéndole:
«Cada vez estoy más cerca, esto es solo otro paso en la dirección correcta».
He tenido alumnos que se quemaron en el camino y compañeros que se han resignado a ser interinos «pata negra» porque «no podían más».
Comprendo lo agotador que puede ser.
Pero también he conocido a otros que, aunque el fracaso los dejó destrozados, decidieron seguir adelante.
A todos nos llega el burnout.
A mí me llegó.
Y recuerdo la frase demoledora de mi amigo Manolo:
«Y si no haces esto, ¿qué haces?»
Dejar de opositar no era una opción.
Como el cazador del paleolítico que tenía que intentarlo una y otra vez porque no había un plan B.
Aquí nos quedaremos, disparando flechas una tras otra hasta que consigamos dar en el centro.
La realidad es que la opción de rendirse no existe.
Como decía Robert Frost:
«Todo lo que he aprendido se resume en dos palabras: Sigue adelante».
No se trata solo de intentarlo, sino de lograr una transformación en nuestra manera de pensar: comprender que cada intento nos acerca más al objetivo, incluso cuando parece que todas las circunstancias está en nuestra contra.
Al final, el proceso de evaluación constante y el aprendizaje continuo es lo que realmente define tu progreso y te convierte en una persona más preparada y resiliente.
Recuerda que no es sólo el éxito final lo que cuenta, sino la constancia y el esfuerzo diario que te transforman a lo largo del camino.
Visualiza cada examen como una práctica con el arco.
Cierra los ojos e imagínate en la sala, con tu arco y tus flechas. Las distracciones son solo ruido de fondo; tu objetivo es el centro de la diana, y cada flecha es un paso hacia adelante.
Todo eso está muy bien, y la teoría la tengo clara, pero: «¿Cómo consigo sacudirme la sensación de fracaso de encima?»
Es una pregunta importante, porque el peso del fracaso no solo es mental, sino también emocional.
Primero, es fundamental reconocer lo que estás sintiendo. No te castigues por sentirte mal. La frustración, la tristeza, e incluso, el enfado son emociones naturales después de haber invertido tanto esfuerzo sin el resultado esperado.
Como opositora, te enfrentas a una presión enorme, y minimizar estas emociones solo hará que se acumulen y te desgasten aún más.
Permítete sentirlo, pero luego da un paso atrás y evalúa lo que realmente significa. No has fallado, simplemente estás en el camino del aprendizaje, y eso, aunque a veces sea difícil de ver, tiene un valor enorme.
Otro punto clave es cambiar la narrativa que te cuentes a ti misma. Nuestro cerebro tiene una tendencia a dramatizar y hacer generalizaciones: «Nunca lo lograré», «No soy lo suficientemente buena».
Pero recuerda, estos pensamientos son respuestas automáticas, una especie de reflejo condicionado por el miedo al fracaso.
Cambia ese diálogo interno. En lugar de decir «He fallado y nunca conseguiré aprobar», di «Esto es un paso más, estoy aprendiendo, estoy mejorando cada día».
Puede parecer simple, pero la forma en que hablamos con nosotros mismos tiene un gran impacto en cómo nos sentimos y actuamos.
También te recomiendo crear pequeños rituales para cuando te sientas sobrepasada. Puede ser algo tan sencillo como salir a caminar, escuchar tu canción favorita, o incluso, darte un baño relajante.
La clave es cortar ese ciclo de pensamientos negativos, cambiar de contexto y permitir que tu mente descanse.
A veces, lo que más necesitamos es simplemente un respiro antes de volver a la carga.
Por último, no olvides que todos los opositores, incluso los que ahora tienen su plaza, han pasado por esto.
He trabajado con muchos opositores que, tras sentir que estaban al borde de rendirse, encontraron en estas pequeñas acciones un punto de inflexión.
Recuerda: la opción de rendirse no existe. Todo lo que estás viviendo ahora te está preparando para ser más fuerte, más resiliente, y para que, cuando llegue el momento, puedas dar en el centro de la diana. Para obtener más información sobre cómo afrontar los desafíos del tribunal de oposiciones, visita este artículo de mi blog.
La próxima vez que sientas que la frustración de un examen fallido, recuerda la historia del arquero. La diana sigue ahí, esperando que ajustes, que mejores, que sigas lanzando flechas.
No se trata de suerte, sino de perseverancia, de mejorar un poco cada día, de aprender a manejar el arco mejor que ayer.
La plaza es el centro de la diana, y cada tiro fallido te da información para afinar el siguiente.
Respira, apunta, y vuelve a intentarlo. Estás cada vez más cerca.
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