¿Has oído hablar alguna vez de la resiliencia? ¿Sabrías decir si eres una persona resiliente? En ocasiones, el individuo sufre situaciones adversas que son complicadas de afrontar. La capacidad del ser humano por adaptarse a esas situaciones y superarlas es lo que mide la resiliencia del mismo. Con respecto a la educación, ¿Cómo suele ser la resiliencia del alumno?.
Si atendemos a la definición aportada por la Real Academia Española de la Lengua, la resiliencia es la «capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado, o situación adversa». Por tanto, una persona resiliente es aquella capaz de mostrar flexibilidad ante circunstancias límite y, además de enfrentarse a ellas, saber aprovecharlas para su propio crecimiento personal.
Dentro del ámbito educativo, el alumno está expuesto a posibles estresores a los que debe saber enfrentarse, al tiempo, el alumno puede vivir situaciones personales ajenas al entorno escolar pero que le afectarán directamente a él, como la pérdida de un ser querido, enfermedades, separaciones familiares, accidentes, etc. Tanto si se trata de pequeños contratiempos como de problemas de mayor gravedad, es fundamental que el profesorado, en colaboración con familiares, personal del centro, etc. sea capaz de ayudar al alumno a superar esas situaciones, preparándolo así para poder enfrentarse a dificultades que surgirán en diferentes facetas de su vida futura y a no verse afectado por ellas .
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¿Cuál es el origen del concepto de resiliencia?
El concepto de resiliencia ha sido estudiado desde diferentes perspectivas dentro del campo de la psicología, siendo un término muy empleado en los últimos años.
La palabra resiliencia proviene del latín «resilio» que quiere decir «retroceder repentinamente, rebotar, saltar hacia atrás», aunque también se suele relacionar el término con la capacidad física de un cuerpo por resistir a la rotura por un golpe, por recobrar su forma original tras ser expuesta a una presión que lo deforma.
Para conocer sus primeros usos en el ámbito de la psicología, hemos de dirigirnos a los estudios realizados a mitad del siglo XX por la psicóloga del desarrollo de origen alemán, Emmy Werner, quien estudió a centenares de niños nacidos en situaciones desfavorables de pobreza, desestructuración familiar, enfermedades etc. En su muestreo, Werner descubrió que un alto porcentajes de los niños no solo no desarrollaron ninguna patología sino que además vivieron vidas normales y positivas. La psicóloga reforzó su teoría de la resiliencia en base a la teoría del apego aportada por el psicoanalista inglés John Bowlby, el cual relacionaba el éxito futuro con la figura de una persona de apoyo o referencia cercana al niño durante su crecimiento.
Posteriormente, numerosos estudios han aportado su visión sobre este concepto, tratando de buscar un patrón de atributos psicosociales relacionados o vinculándola con una base cerebral gracias a la mayor activación de la corteza prefrontal izquierda. Especialmente destacable es el estudio aportado por Boris Cyrulnik, psiquiatra, neurólogo y psicoanalista que sobrevivió en su infancia a los campos de concentración nazis y que centró su trabajo en la superación de adversidades en base a su propia experiencia y definiendo su análisis en relación a tres aspectos principales: el temperamento personal, el entorno cultural y el ámbito social.
Actualmente este concepto se aborda desde la psicología positiva, cada vez en mayor medida, con el objetivo primordial de fomentar el aprendizaje de la resiliencia en el ser humano, potenciando las aptitudes que ayudan a serlo, o descubriendo la existencia de la capacidad en el individuo que este desconocía.
La resiliencia dentro de la educación. ¿Qué sabemos de la resiliencia del alumno?
Existen ciertos rasgos que son comunes a las personas resilientes: empatía, optimismo, seguridad en sí mismo, proactividad, flexibilidad, adaptabilidad y capacidad creativa. Valores que consolidan una base para confrontar momentos complicados. No todos los alumnos cuentan con estas habilidades de manera innata, por lo que una de las principales misiones del docente de cara a potenciar la resiliencia en el aula es la de identificar fortalezas y defectos de cara a trabajarlos; lo hará siempre desde climas emocionales positivos que refuercen la seguridad del alumno, fomentando las relaciones entre compañeros con las que se desarrolle la comunicación, el respeto o el trabajo en equipo; trabajando la autonomía del alumno, enseñando a regular emocionalmente los errores o, estimulando el pensamiento crítico y creativo. Para ello, el docente podrá poner en marcha estrategias de resolución de conflictos, establecer programas y actividades específicas. Por ejemplo, programas de inteligencia emocional, fomento de la escucha activa en clase, el aprendizaje cooperativo, etc. Metodologías que puedan reafirmar o enseñar comportamientos y actitudes positivas, formando así personas libres y responsables, evitando posibles situaciones de falta de adaptación o problemas en el proceso de aprendizaje.
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